Estancias, pingüinos, pesca deportiva son solo algunos de los atractivos de este paisaje agreste, solitario, pero de una belleza incomparable, donde los dorados atardeceres y las historias de vida asombran.
La extensa franja del litoral atlántico nos prometía un recorrido interesante por los alrededores de la ciudad-puerto de
Río Gallegos, donde la presencia de fuertes vientos y poca vegetación se compensan con su activa vida turística. Nos preguntábamos: ¿a qué debe su desarrollo? Llegamos desde el norte por vía terrestre recorriendo largas planicies difíciles de abarcar con la mirada. Algunas manadas de ovejas y guanacos acompañaron nuestro camino. Al llegar a Río Gallegos, lo primero que llamó nuestra atención fue su avenida costanera sobre la ría que lleva las aguas que llegan de la cordillera al mar. Se encuentra parquizada y la presencia de aves marinas que buscan alimento en sus orillas (cormoranes, gaviotas, albatros) complementa el escenario.
Caminamos por la ciudad para ir descubriendo sus rincones, sus historias y a su gente. Nos sorprendió el Balcón de Roca en la calle Piedrabuena 50, que fue declarado Monumento Histórico Nacional. Desde allí el presidente Roca dirigió unas palabras a la población en ocasión de su visita a la zona para firmar la paz argentino-chilena en
Punta Arenas. Nos dirigimos a la calle Alcorta y en unos pocos metros encontramos la Casa de Gobierno, la Casa del Gobernador, la Legislatura provincial y los museos Casa Gregores y Naval, a los que regresaríamos oportunamente para conocerlos a conciencia. Más adelante, el Museo de los Pioneros exhibe elementos cotidianos de los primeros pobladores: mobiliario, cardadoras de lana o planos originales de la ciudad. Otro edificio exponente de la arquitectura original es la iglesia catedral. Es sede de la congregación salesiana, data del 1900, es un monumento histórico y orgullo de la ciudad.
Con mucho más para visitar en la ciudad aún, decidimos salir de ella otra vez hacia los confines patagónicos, un poco más acostumbrados a la estepa y al viento. Más de una vez debimos sostener la puerta del auto para impedir que se volara. Nuestro destino era el Cabo Vírgenes, donde se realizó la primera fundación de la Patagonia y donde existió un pueblo de lavadores de oro. Nos aconsejaron cargar combustible y llevar alimentos antes de salir, por precaución. Tomamos la ruta nacional 3 hacia el sur primero y por la ruta provincial 1 después.
Alternativa
Tomando la bifurcación hacia la derecha, llegamos directamente a la
estancia Monte Dinero. Cinco generaciones de la familia Fenton han logrado un establecimiento modelo en la cría de ovinos corriedale y merino. Abierta al agroturismo, mezcla sus actividades rurales diarias con actividades de aventura, salidas de pesca y exquisitos asados. Dejamos la estancia para dirigirnos al Cabo Vírgenes.
Cabo Vírgenes es un lugar de agobiante soledad solo interrumpida por una espectacular colonia de pingüinos, dueños absolutos del horizonte, que elige este lugar para su cortejo nupcial, puesta e incubación de huevos. Un viejo faro del año 1904 con alcance lumínico de más de 40 kilómetros y una escalera caracol le permite, a quien se atreva a subirla, obtener un hermosa vista del horizonte marítimo. Mil historias rodean su larga existencia, entre el aislamiento y el clima inhóspito. Nos reconfortamos con un rico chocolate caliente en una acogedora casa de té con una vista envidiable al Estrecho de Magallanes. Nos faltó realizar una clásica salida de pesca río Gallegos arriba, hacia la cordillera, donde las capturas de truchas marrones son una tentación para los pescadores con mosca. Otra vez será. Recorrimos la ciudad de Río Gallegos “a vuelo de pájaro” y notamos la fuerza de voluntad y garra de los pioneros que hicieron de la zona un polo comercial y turístico de magnitud durante los últimos 100 años.