Anduvimos a caballo por las inmediaciones de Futrono: un entretenido paseo ideal para disfrutar en familia. Conocimos una vista panorámica que nos dejó sin aliento.
Andar a caballo es una terapia en sí mismo, pero si a esto le sumamos un paisaje agreste en medio de la cordillera, increíbles vistas panorámicas, escuchar un relato sobre la historia del lugar que se está recorriendo y un intenso galope para obtener una buena cuota de adrenalina, la experiencia se transforma en una vivencia única e irrepetible que sin duda se conservará para siempre en la memoria. Esta es la propuesta que Juan Tapia tiene preparada para sorprender al turista que se acerque a su establecimiento en
Futrono y que desee realizar una salida por los Andes en auténticos caballos chilenos. Las cabalgatas se pueden programar para que sean de una, dos o tres horas, según las ganas que se tengan de montar.
Lo primero que Juan trasmite es tranquilidad. Habla pausadamente, mira a los ojos y al dar la mano para saludar lo hace de manera firme. En seguida comienza el show. El guía baqueano demuestra que los caballos que utiliza están domesticados y son ideales para el uso familiar. Para ello se vale de unas cuantas pruebas, en las que permanece parado en el lomo del animal, hace que muestre sus dientes y pasa por detrás del caballo para demostrar que son mansos y que no tiran patadas. Los aperos de montar que aquí se utilizan son de primera calidad. Los cueros, riendas y estribos son lo suficientemente cómodos como para empezar la cabalgata cuanto antes. Sin más apremios y con un trote juguetón, salimos para las primeras estribaciones del cerro Pumol, que se encuentra rodeado por el río Quimán y el río Coique.
A medida que avanzamos, nos fuimos encontrando con trabajadores rurales que transportaban madera ayudados por bueyes y con vacas lecheras junto a sus terneros, mientras que la naturaleza nos iba acogiendo en su interior. Una intrépida subida hizo que disminuyéramos el ritmo. A paso cansino pero continuo alcanzamos el punto más alto de la expedición. Juan nos habló sobre la historia de los primeros pobladores del lugar que estábamos visitando y para ese entonces todo era calma y contemplación. Una zona húmeda se hizo presente, pero sin dudarlo la atravesamos. Fue muy divertido escuchar el chapotear de los caballos al pasar por el mallín. Pronto, unos helechos arborescentes se adueñaron de la escena. Parecía que estábamos en medio de la selva valdiviana.
Luego de atravesar la perenne jungla, una impresionante vista panorámica se abrió ante nuestros ojos. Las turquesas aguas del lago Ranco parecían desparramarse inmensamente frente a nosotros. La cordillera con sus picos nevados era el marco ideal para contener aquella imagen. Permanecimos en silencio unos instantes para escuchar el sonido del viento y el canto de las aves mientras que el tibio sol otoñal nos cobijaba en esas perdidas latitudes. Finalmente, tras disfrutar de aquella obra natural, emprendimos el regreso hacia el establecimiento de Juan. La vuelta tuvo su dosis de adrenalina, ya que en un llano nuestro guía nos permitió cabalgar y sentir la fuerza del animal que nos transportaba.
Al llegar a la casa, fuimos recibidos con mate cocido y tortas saladas recién horneadas. La humeante colación fue la excusa necesaria para juntarnos en grupo y mientras merendamos revivimos el intenso momento que habíamos experimentado apenas hacía unos instantes. Al visitar Futrono, recomendamos realizar una cabalgata junto al guía baqueano Juan Tapia.