Visitamos la isla Huapi. Un verdadero viaje en el tiempo, donde el pasado y el presente se unen para que conozcamos más sobre la historia de los pueblos originarios.
Amaneció lentamente y los tibios rayos de octubre fueron borrando las nubes plomizas de la jornada anterior. El cielo despejado reflejaba su pureza en las cristalinas aguas del lago Ranco. Parados junto al muelle de
Puerto Futrono, esperamos ansiosos la barcaza municipal que sale con rumbo a la isla Huapi. Nos esperaba un viaje de 45 minutos a bordo de una lancha con capacidad para 24 pasajeros, más un vehículo. La isla Huapi, ubicada en el centro norte del lago Ranco, es un importante patrimonio cultural de Chile, por ser uno de los pocos lugares donde es posible encontrar rasgos propios de la etnia Mapuche-Hulliche en estado puro. Allí conviven cerca de 900 personas de ascendencia original que poseen un alto grado de consanguineidad. Lo que es mejor aún, están muy predispuestos a mostrar sus costumbres, orígenes, creencias, artesanías y comidas típicas, tal vez en un grito desesperado por reivindicar su nación y existencia.
Ya a bordo de la barcaza, Hugo y Juanito – los capitanes – nos hicieron comentarios referentes a la isla. Ellos viven allí, son miembros de la comunidad. Dicen que es muy tranquilo y que la tierra aún se conserva desde tiempos inmemoriales como siempre fue. Lo cierto es que existe muy poca documentación sobre la isla. Se sabe que posee 826 hectáreas de extensión y se estima que las primeras familias se habrían establecido allí hace unos 400 años. Las primeras informaciones sobre los habitantes de la isla se remontan a las crónicas de Luis de León, que tratan sobre las escaramuzas que Pehuenches y Huilliches protagonizaron contra a los españoles entre 1575 y 1585. El lago planchado hizo que la navegación fuera más que apacible. Pronto fuimos dejando atrás los cerros La Trafa, El Mirador, La Puntilla y la isla Illaifa y comenzamos a divisar la enigmática isla Huapi. Desde el barco la primera construcción que se aprecia es la escuela. A ella cerca de 90 alumnos asisten para recibir la educación tradicional de Chile. En tierra firme fuimos recibidos por un grupo de hombres y mujeres de la comunidad. Inesperadamente, entre ellos se encontraba el Lonco -o cacique-, don Francisco Ñancumil, que con gran soltura nos concedió una entrevista para hablar de la isla, de su vida y de su costumbres.
El Lonco y su gente Don Pancho Ñancumil ya tiene más de 70 años. De piel curtida, habla en voz baja y rápidamente. Por momentos hay que acercar el oído para escuchar bien lo que dice. Todo el tiempo hace referencia a su lengua nativa, el mapudungun, y luego lo traduce para que entendamos. Ocupa el lugar más importante en la isla. Es el maestro de ceremonias de todas las festividades mapuches. Su mensaje principal es que debemos orar a Dios para agradecer por todo lo que nos brinda. Profesa amor por la naturaleza y por todos los seres vivos y sabiamente nos aconseja que respetemos a nuestros mayores. “Ellos tienen la sabiduría, por la experiencia” asegura. Con él recorrimos un pedacito de la isla y de su historia. Nos mostró la Ruca, que es una casa originaria que aún conservan para mostrar cómo era vivir en comunidad antiguamente. Conversamos largo tiempo con Francisco. Nos contó de sus mitos y leyendas, de la llegada del huinca (hombre blanco) y de todo lo que ello trajo aparejado.
Junto a él también visitamos las instalaciones de la escuela. Allí, un grupo de mujeres nos aguardaba con un verdadero banquete: comidas típicas para que también descubriéramos el sabor y el olor de sus platos. Así conocimos a Enedina Ñancumil, Juana Manqui Ñancumil y Estela Requeman Loncochino. En esta oportunidad sus manos laboriosas habían preparado “milcao” – alimento a base de papas – que untamos con miel, dulces artesanales y mantequilla de la zona. Además, degustamos el “katuto” – un exquisito panecillo a base de trigo molido que se puede preparar frito o al horno – acompañado de condimento a base de cilantro y cebollas picadas. Todo estuvo riquísimo. Entre mates, continuamos conversando sobre sus costumbres y proyectos de vida. Supimos que en verano realizan una feria costumbrista en donde se pueden comprar comidas típicas, tejidos y bebidas y se puede apreciar también los trajes tradicionales. Creen que el turismo les generará más trabajo y por ello esperan con ansia las visitas. Luego de esta inesperada recepción, plena de cordialidad y buen trato, decidimos continuar descubriendo los encantos de la isla. Colinas, suaves ondulaciones y cerros circundantes cautivaban nuestra atención.
Antes de que partiéramos nos hablaron de la famosa “Piedra Bruja” que se encuentra en la isla y de la creencia que envuelve a esta extraña formación rocosa. Al parecer, quien pase por en medio de la piedra sorteadora tendrá una vida más larga, pero para ello hay que animarse a pasar. Mito o realidad, el relato nos conmovió y hacia ella nos dirigimos. Nos despedimos de nuestros anfitriones con las manos alzadas y el mensaje de un “hasta pronto” parecía dibujarse en el horizonte. Fue una experiencia muy gratificante haber compartido aquellos momentos con las habitantes de la isla Huapi, donde una comunidad Mapuche-Hulliche supo organizarse armoniosamente entre dos mundos para no perder sus raíces, sus orígenes, y no estar exiliados del mundo actual. El sol radiante del mediodía iluminaba con todo su esplendor. Íbamos en dirección a la Piedra Bruja, pero eso ya es otra historia.