Visitamos el Auto Museum Moncopulli y conocimos todo acerca de los autos clásicos de mediados de siglo. Descubra la historia de vida de una familia ligada a este tipo de vehículos.
La mirada parece iluminársele detrás de sus anteojos con la llegada de un nuevo visitante. El tono amigable, la sonrisa picaresca y un andar que emula a un valsecito son artilugios que utiliza para cautivar la atención de las personas que se animan a pasar por el Auto Museum Moncopulli. Bernardo Eggers, de sesenta y tantos años, no tarda en demostrar su fanatismo por los automóviles de las décadas del 40, 50 y 60. Especialmente por una marca que le ha despertado su admiración desde la niñez: los Studbakers.
Este museo es el primero de su clase en Chile. Se inauguró el 17 de noviembre de 1995 con 23 vehículos diferentes y con el fin de fomentar el conocimiento de los automóviles antiguos Al ingresar al museo del automóvil de Moncopulli, rápidamente nos damos cuenta de que es mucho más que un salón de vehículos antiguos restaurados. Su interior encierra una historia de vida que espera ser contada por su dueño. “En 1992, se despertó mi interés por los autos antiguos y, en mayo de ese mismo año, adquirí mi primer automóvil clásico, un Buick Century 1955 cuatro puertas. Estaba fotografiando aquellos americanos de los cincuenta, para hacer un diaporama con la música de los años dorados, cuando descubrí este automóvil” comenta Bernardo a modo de introducción.
Lo cierto es que aquella adquisición marcó un antes y un después en su vida. Al año siguiente, concretó la compra del primer Studbaker, un Hawk 1961. “Siempre tuve un especial afecto hacia esta marca, por el recuerdo de las dos camionetas de los años 46 y 49 que tuvo mi familia en las que aprendí a manejar sentado en las rodillas de mi padre” cuenta Bernardo y justifica su extraña afición por la marca. “Durante 64 años, el nombre de Studbaker fue, en el ámbito de la industria automovilística norteamericana, sinónimo de automóviles de calidad a un precio reducido, de construcción sencilla, económica y de estilo futurista.” explica el coleccionista. Transitamos por la amplia sala colmada de vehículos clásicos de vistosos colores. La muestra está organizada de acuerdo a la marca y año de fabricación de los modelos y en salas adicionales se pueden apreciar otras exhibiciones relacionadas. Entre los autos, destacamos el Studbaker Comander de 1950, el Studbaker Champion del mismo año y más de una veintena de autos de la misma marca en distintos modelos, como el Silver Hawk, el President, el Special Six y otras tantas camionetas. El amplio salón de exposición se encuentra muy bien iluminado y cuenta con el espacio suficiente para transitar entre los vehículos y poder admirar los detalles y las líneas de la marca que denotan el progreso.
Además de los autos, el interior del museo se encuentra ambientado con música norteamericana de los años cincuenta. Se pueden admirar cámaras fotográficas, juguetes, radios antiguas, recortes, folletos y dibujos que el fundador guarda desde su infancia. En el patio exterior, se pueden contemplar algunas maquinarias agrícolas, junto a los más de treinta autos que claman por su pronta restauración. La grata compañía de Bernardo despierta todo nuestro interés por los autos en exposición y por su vida. Parece darse cuenta y se anima a contarnos más sobre su historia. “Cuando tenía 13 años sufrí la inesperada pérdida de mis padres en un accidente automovilístico, pero hoy después de tantas idas y venidas y de tanto esfuerzo por obtener este museo, me doy cuenta de que es un tributo a ellos, ya que en realidad siento que es mi forma de permanecer en continua comunicación con ellos…” sostuvo Bernardo, para finalmente sentenciar que “conocer nuestro pasado, sirve para valorar el presente y sobre todo para proyectar nuestro futuro. Éste es mi regalo”.
Con este espíritu, se han forjado las paredes del Auto Museum Moncopulli y la idea de un continuo crecimiento. Antes de despedirnos, Bernardo Eggers nos regala unas gorras del museo. Su rostro iluminado y sus ojos vidriosos denotan felicidad. Sabe muy bien que ha llegado a nuestros corazones y que su enseñanza perdurará en nuestro interior. Antes de despedirnos del todo sostiene: “Ojalá podamos restaurar la mayor cantidad posible, pero si me permiten aun otro sueño, es el de tener la última creación de Raymond Loewy para Studebaker, un Avanti...” Nosotros no lo tenemos, pero si Ud sabe de alguien que sí lo posee, no dude en ponerse en contacto con Bernardo Eggers. Él, su familia y el Auto Museum Moncopulli se lo agradecerán.